viernes, 10 de enero de 2014

Mientras ustedes están de fiesta, disculpen la intromisión

Nací hace veinte años y nunca supe de Manuel Alcántara hasta hace unas semanas. Nunca leí nada de él. Espero que mi edad sea suficiente disculpa. Pero ayer, observando la sonrisa de Teodoro León Gross en  aquel homenaje, me di cuenta de mi error. Era la suya una sonrisa sincera, tan plena que hasta él mismo dudaba de ella: sonreía primero a medias, después plenamente para luego a morderse los labios. Era una sonrisa tan alejada del gesto socarrón y altivo que le había asociado siempre que me despertó. Despertó mi yo interior. Tras siete horas de ponencias, cuarenta y cinco minutos de retraso y una siesta perdonada, observar esa mirada suya me hizo arriar las velas. Recobré la soltura pensante justo para escuchar a Manuel Alcántara. Bebí de él y me emborraché.

   Detrás y delante quedaron y quedaban columnistas, opinadores divertidos con los insultos que generan en las redes preguntándose qué hacer con los mendrugos de internet. Llevándose la cabeza a las manos (y no al contrario) a su manera, que es la ironía, por eso reían. Quejándose de que les ofenden por tan solo escribir su opinión, cuando el ser humano siempre se ha matado entre sí por sus opiniones. No sé de qué se sorprenden.  Más peligro, les digo, tiene un tipo con una piedra en la mano y un escudo en el pecho que otro tecleando sin mayúsculas ni acentos.

   Allí había gente sentada al lado de los próximos ponentes y ni lo sabían. Mientras otros, de académica presencia, habían estudiado la cuartilla sin emoción. Con la intención de hacerse ver y acercarse a unos referentes que están en ese otro escalón. Por eso triunfa Twitter, es la sala del rectorado donde se encuentran soñadores y soñados. Es como ir a un entrenamiento de fútbol, no vas a aprender los ejercicios que realizan, vas para conseguir que te firmen un autógrafo. Y aún se cuestionan, estos columnistas, por qué de Twitter.

   Preguntándose también por qué aquí pueden vivir de eso, de la columna,  y no así en otros países, cuando la verdadera respuesta es simplemente cuestión de caracteres. Que no serían nada si  no fuera por la pereza lectora del español y, perdonen todas estas generalizaciones, porque si yo no terminara ahora, ni mi madre me leería. 

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